Es una práctica participativa y crítica que utiliza mapas para visibilizar las realidades, problemáticas y sueños de una comunidad.
A diferencia del mapa tradicional —herramienta histórica del poder—, esta cartografía parte de los saberes cotidianos, no de miradas técnicas o dominantes.
Se construyen nuevas narrativas desde las experiencias de quienes habitan el territorio, no desde la autoridad externa.
El mapa deja de ser instrumento de apropiación para convertirse en herramienta de resistencia y reflexión.
Señala gráficamente los problemas del territorio, sus causas, responsables y efectos… lo que normalmente no se muestra.
El objetivo no es el mapa en sí, sino el proceso colectivo: diálogo, participación, socialización y construcción de alternativas.