La Cartografía Social ha pasado de ser una práctica con consignas abiertas a convertirse en un método de trabajo estructurado y complejo.
El proceso actual comienza con una demanda local o una iniciativa de investigación, seguida de visitas aleatorias al lugar para discutir enfoques y objetivos.
A partir de ahí, se planifica una guía para el proceso de mapeo, tarea que suele estar a cargo de referentes de la comunidad, fomentando así la apropiación del proyecto.
El evento central es la producción de las cartografías en grupos, que culmina con una presentación y un diálogo abierto entre participantes y comunidad, para intercambiar conclusiones y observaciones sobre la experiencia (Diez y Chanampa, 2016).
La cartografía social integra teoría y herramientas prácticas para generar un nuevo modo de acceso al conocimiento.
Permite que lo singular y lo situado adquieran nuevas significaciones, y que las representaciones, al ser reinterpretadas, se conviertan en un lenguaje que cuestiona lo que se acepta como natural.
De esta forma, fomenta la apropiación crítica y la resignificación del territorio.
Facilita la construcción sistemática de saberes a partir de la relación entre actores sociales y su contexto.
No se centra únicamente en la exactitud técnica de un mapa clásico.
Ofrece un lenguaje para:
- Narrar historias
- Reflexionar
- Actuar desde múltiples perspectivas.
Articula lo espacial con lo histórico-social.
Prioriza el impacto de los datos en la experiencia histórica y colectiva.